Sueños de infancia
Sueños de infancia
que iluminan como pequeñas luciérnagas
las sombras de la vida.
Cadáveres que cubren el camino
que con esperanza quisimos recorrer cada mañana.
El hedor de una vida que nos va pudriendo
y apenas quedan fuerzas para intentar soñar
con una brisa perfumada.
Sueño que hundo mi nariz en su axila y soy consciente que jamás,
nunca más, volverán las ráfagas frescas de las locas ensoñaciones de juventud.
Y cuando al fin decido
que ya no quiero volver a intentarlo... vuelve a aparecer.
Y al navegar en sus ojos reconozco
mi mirada: dura, desafiante y
amarga de alma: dulce y triste de corazón.
Y así entre caricias y besos
dejamos que las lágrimas lavasen nuestros ojos
con la inconfesable ilusión de que al menos durante un tramo del camino de nuestras vidas,
si bien ya no podrá ser la alondra,
sea el ruiseñor
quien con su canto aleje por un momento nuestro dolor
y nos permita abrir los párpados dormidos y,
tras la cortina de occidente, se abra el Universo cuajado de estrellas.
Ya no quiero soñar, pero al menos deseo
que cada noche sepamos valorar la infinita belleza
de la leve y amorosa caricia
que nos acompañe hasta el fin de nuestros días.
que iluminan como pequeñas luciérnagas
las sombras de la vida.
Cadáveres que cubren el camino
que con esperanza quisimos recorrer cada mañana.
El hedor de una vida que nos va pudriendo
y apenas quedan fuerzas para intentar soñar
con una brisa perfumada.
Sueño que hundo mi nariz en su axila y soy consciente que jamás,
nunca más, volverán las ráfagas frescas de las locas ensoñaciones de juventud.
Y cuando al fin decido
que ya no quiero volver a intentarlo... vuelve a aparecer.
Y al navegar en sus ojos reconozco
mi mirada: dura, desafiante y
amarga de alma: dulce y triste de corazón.
Y así entre caricias y besos
dejamos que las lágrimas lavasen nuestros ojos
con la inconfesable ilusión de que al menos durante un tramo del camino de nuestras vidas,
si bien ya no podrá ser la alondra,
sea el ruiseñor
quien con su canto aleje por un momento nuestro dolor
y nos permita abrir los párpados dormidos y,
tras la cortina de occidente, se abra el Universo cuajado de estrellas.
Ya no quiero soñar, pero al menos deseo
que cada noche sepamos valorar la infinita belleza
de la leve y amorosa caricia
que nos acompañe hasta el fin de nuestros días.
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